La creatividad no se
enfatiza en la educación chilena. Hay un sentido del rídiculo desarrollado y
ser creativo trae un riesgo alto de hacer el ridículo. "Papá, papá,
adivina qué hicimos hoy día en el colegio" preguntó mi hijo de siete años
cuando llegué a la casa hace unos días. "Estuvimos viendo si las aceitunas
volaban", agregó a continuación, entusiasmado. Intrigado por lo que me
contó, me reuní con su profesor, Mister B, en el colegio público del barrio en
que vivimos en los Estados Unidos, y esto fue lo que averigüé.
Todo comenzó cuando Mister
B dibujó un círculo negro en una gran cartulina blanca, diciendo a los alumnos
que éste era parte de algo más grande y preguntándoles a continuación qué podía
ser. Como era de esperar, las respuestas fueron de lo más variadas. Más notable
fue el dogmatismo con que cada niño defendió su visión. Esto llevó al profesor
a cuestionar tanta certeza basada en tan poca evidencia -tan sólo un círculo
negro sobre un gran fondo blanco- llevando a los niños a solicitar más
información.
"¿Puede
comerse?", preguntó uno de ellos. "Alguna gente lo come, aunque yo no
lo haría" respondió el profesor, pensando en la cara de conejo que
eventualmente pensaba dibujar.
"¿Puede volar?",
preguntó otro niño. "No vuela por sus propios medios", respondió
Mister B, dejando
la posibilidad de que volara por medios
ajenos. "Dibuje algo más", pidieron varios niños.
Entonces el profesor
dibujó un óvalo en torno al círculo negro, de modo que se viera lo que
eventualmente sería uno de los ojos del conejo. "¡Es una aceituna!",
afirmó uno de los niños. "¡Una aceituna, una aceituna!" exclamaron
varios, entusiasmados.
El profesor les preguntó
si, dado lo que sabían sobre el objeto, podía ser una aceituna. "Las
aceitunas se comen" respondió un niño, "y a usted seguramente no le
gustan", agregó otro. "¿Vuelan las aceitunas?", preguntó el
profesor. "Usted dijo que pueden volar por medios ajenos",
respondieron varios. Y así fue como el curso se abocó a discutir si las
aceitunas volaban, aunque no fuera por sus propios medios. Al poco rato habían
pasado de la teoría a la acción: con papel, cartulina, palitos de helado,
pajitas, palitos de anticuchos, tela adhesiva, palitos chinos y otros materiales,
los niños se dedicaron a construir medios de transporte aéreo para las
aceitunas.
La mayoría de los diseños
partían de un avión de papel, en versión más resistente pero menos aerodinámica.
Varios grupos utilizaron una combinación de diversos palitos para construir una
especie de cabina, debajo de las alas del avión, donde iba embutida la
aceituna. Los tamaños de los aviones variaban bastante, los diseños
aerodinámicos también. Luego vinieron los vuelos de prueba, las aceitunas que cayeron
a tierra cual una piedra y la revisión de los diseños originales. También una
discusión sobre qué constituía un vuelo exitoso. Al final, los vuelos
definitivos, una mayoría que no pasó las exigencias acordadas y unos pocos que
lograron el objetivo. Con una buena cuota de ingenio las aceitunas podían volar.
¿Qué tiene que ver esta
historia con los temas de políticas públicas que habitualmente abordo en esta página?
Bastante más de lo que pudiera parecer. En efecto, soluciones ingeniosas a los
problemas más variados que se enfrentan día a día en el mundo del trabajo son
un determinante importante de cuán rápido crece la productividad de un país.
Una cultura que promueve la creatividad facilita dichas innovaciones. Lograr
incrementos importantes sostenidos de productividad es nuestro principal
desafío para alcanzar los umbrales del desarrollo en un plazo razonable.
Basado en mi experiencia
en Chile, como apoderado y como profesor universitario, tengo la impresión de que
el desarrollo de la creatividad no se enfatiza lo suficiente en la educación
que damos a nuestros estudiantes. Nuestra sociedad valora poco la diversidad,
tenemos un sentido del ridículo demasiado desarrollado, donde ser creativo
conlleva un riesgo alto de hacer el ridículo. Si los niños del curso de mi hijo
se hubieran reído de cada intento fallido para hacer volar las aceitunas, la
próxima vez que realicen una actividad de este tipo estarán más pendientes de
evitar ser motivo de burlas que de resolver el problema que se les ha
planteado.
Creo que la falta de
énfasis en desarrollar la creatividad también se da en la educación
universitaria en Chile. Las pruebas que deben resolver los alumnos en nuestras
mejores universidades muchas veces son más difíciles que aquellas que resuelven
sus pares en los centros académicos de elite de los Estados Unidos. Sin
embargo, en Chile son pocas las actividades donde un estudiante universitario
desarrolla su creatividad, mientras que en los Estados Unidos éstas son
habituales
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