Alegoría de la caverna


La Alegoría de la caverna es una explicación metafórica, realizada por Platón en el VII libro
de La República, de la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento.
Así Platón explica su teoría de la existencia de dos mundos: el mundo sensible (conocido a
través de los sentidos) y el mundo de las ideas (solo alcanzable mediante la razón).
Platón describió en su mito de la caverna una gruta cavernosa, en la cual permanecen desde el
nacimiento unos hombres hechos prisioneros por cadenas que les sujetan el cuello y las
piernas, de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna y no
pueden escapar. Justo detrás de ellos, se encuentra un muro con un pasillo y, seguidamente y
por orden de lejanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la cueva que da al
mundo, a la naturaleza. Por el pasillo del muro circulan hombres cuyas sombras, gracias a la
iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver.

En este mito, el ser humano se identifica como los prisioneros. Las sombras de los hombres y
de las cosas que se proyectan, son las apariencias, es decir, lo que captamos a través de los
sentidos y pensamos que es real (región sensible). Las cosas naturales, el mundo que está
fuera de la caverna y que los prisioneros no ven, son elmundo de las ideas, en el cual, la
máxima idea, la idea de Bien (o verdad), es el sol. Uno de los prisioneros logra liberarse de sus
ataduras y consigue salir de la caverna conociendo así el mundo real. Es este prisionero ya
liberado el que deberá guiar a los demás hacia el mundo real, es el símbolo del filósofo.
La situación en la que se encuentran los prisioneros de la caverna representa el estado en el
que permanecen los seres humanos ajenos al conocimiento; únicamente aquellos capaces de
superar el dolor que supondría liberarse de las cadenas y volver a mover sus entumecidos
músculos, podrán contemplar el mundo de las ideas con sus infrautilizados ojos.
Este tipo de alegoría, en la que pone de manifiesto cómo los humanos podemos engañarnos a
nosotros mismos o forzados por poderes fácticos, es repetida durante la historia por muchos
filósofos u otros autores, como Calderón de la Barca con La vida es sueño. Ejemplos más
modernos pueden ser el libro Un mundo feliz (Huxley, 1932), la trilogía
cinematográfica Matrix (especialmente la primera) o El show de Truman.

Podríamos afirmar que en el extraño y bello mito de la caverna se concentra lo más profundo
de todo su pensamiento. El mito, haciendo uso de imágenes dotadas de una gran fuerza
descriptiva, muestra pluralidad de aspectos de su pensamiento: la visión de la naturaleza
humana, la teoría de las ideas, el doloroso proceso mediante el cual los humanos llegamos al
conocimiento, etc. El mito, lleno de sublimes metáforas y abierto a pluralidad de
interpretaciones, es fuente permanente de inspiración para los artistas y para los pensadores
en general.
En el mito, Platón relata la existencia de unos hombres cautivos desde su nacimiento en el
interior de una oscura caverna. Prisioneros de las sombras oscuras propias de los habitáculos
subterráneos; además, atados de piernas y cuello, de manera que tienen que mirar siempre
adelante debido a las cadenas sin poder nunca girar la cabeza. La luz que ilumina el antro
emana de un fuego encendido detrás de ellos, elevado y distante.

Llegados aquí, Platón, por boca de Sócrates, nos dice que imaginemos entre el fuego y los
encadenados un camino elevado a lo largo del cual se ha construido un muro, por este camino
pasan unos hombres que llevan todo tipo de figuras que los sobrepasan, unas con forma
humana y otras con forma de animal; estos caminantes que transportan estatuas a veces
hablan y a veces callan. Los cautivos, con las cabezas inmóviles, no han visto nada más que
las sombras proyectadas por el fuego al fondo de la caverna -como una pantalla de cine en la
cual transitan sombras chinas- y llegan a creer, faltos de una educación diferente, que aquello
que ven no son sombras, sino objetos reales, la misma realidad.



En éstas, Glaucón, el interlocutor de Sócrates, afirma que está absolutamente convencido que
los encadenados no pueden considerar otra cosa verdadera que las sombras de los objetos.
Debido a la obnubilación de los sentidos y la ofuscación mental se hallan condenados en tomar
por verdaderas todas y cada una de las cosas falsas. Una vez Sócrates ha comprobado que
Glaucón ha comprendido la situación, le explica que si uno de estos cautivos fuese liberado y
saliese al mundo exterior tendría graves dificultades en adaptarse a la luz deslumbradora del
sol; de entrada, por no quedar cegado, buscaría las sombras y las cosas reflejadas en el agua;
más adelante y de manera gradual se acostumbraría a mirar los objetos mismos y, finalmente,
descubriría toda la belleza del cosmos. Asombrado, se daría cuenta de que puede contemplar
con nitidez las cosas, apreciarlas con toda la riqueza polícroma y en el esplendor de sus
figuras.

No acaba aquí el mito, sino que Sócrates hace entrar de nuevo el prisionero al interior de la
caverna para que dé la buena noticia a aquella gente prisionera de la oscuridad y esclavizada,
haciéndoles partícipes del gran descubrimiento que acaba de hacer, a la vez que debe procurar
convencerles de que viven en un engaño, en la más abrumadora falsedad. Infructuoso intento,
aquellos pobres enajenados desde la infancia le toman por un loco y se ríen de él. Incluso,
afirma Sócrates, que si alguien intentase desatarlos y hacerlos subir por la empinada
ascensión hacia la entrada de la caverna, si pudiesen prenderlo con sus propias manos y
matarlo, le matarían; así son los prisioneros: ignorantes, incultos y violentos. Por lo que
podemos deducir que los prisioneros no serían participes de abadonar la caverna, quedándose
el interior sin saber realmente que hay fuera, sin conocer la verdad.