Autor: Juan
Pastor Bustamante
Vivimos un tiempo
apasionante y contradictorio en el que cada vez se constata más un sentimiento paradójico
que se expresaría como necesidad de riesgo y temor ante el error.
Aunque se percibe con
mayor intensidad en empresas e instituciones, nadie en su vida
cotidiana está ajeno a él.
En la actualidad estamos
presenciando el cuestionamiento de ideas políticas, sociales, económicas y culturales
que nos han guiado durante el siglo XX. El uso de las telecomunicaciones, la
estructura empresarial, la investigación genética, la globalización, son hoy
temas que han empezado a generar controversia y producirán transformaciones,
posiblemente a todos los niveles.
La mentalidad occidental
percibe la crisis como un estadío del que hay que huir lo más rápido e indemne posible;
un momento en el que nos vemos abocados a sufrir cambios. Caos,
desestructuración, desorientación y desesperación son los principales rasgos
que lo definen. Esta asociación de cambio con sufrimiento, tan intrincada en
nuestra mentalidad, conlleva que nos bloqueemos cuando aparece la más mínima
variación para la que no tenemos respuestas preparadas. En otras culturas,
especialmente en las orientales, la crisis es un momento de desequilibrio
propicio para la reflexión; un momento a partir del cual se perciben múltiples
posibilidades de construir o de destruir para volver a edificar.
Entre estas concepciones
aparentemente opuestas existe un punto común: se reclaman, se demandan ideas
novedosas y originales que nos permitan adaptarnos a la nueva realidad que se
avecina. Una de las capacidades que define al ser humano es la de proyectar; es
decir, dicho de una forma gráfica, lanzar la mente hacia el futuro: idear y
prever espacios, conceptos, sonidos que todavía no son reales pero que tienen
la posibilidad de serlo. Hacer de ese proyecto ideal algo real es labor de la
capacidad creativa que todos poseemos.
La historia de la
humanidad se ha construido gracias a las ideas, sin las cuales, podemos
afirmar, no habría historia. Parece claro que el pensamiento creativo es un
factor determinante en el grado de evolución de individuos y sociedades. Tanto
las personas como los grupos, cuando se han visto excesivamente condicionados por
el entorno, por el miedo hacia aquello que no podían controlar y el temor a
perder lo poco o mucho que poseían, han decidido, no sólo renegar de su
capacidad de producir ideas innovadoras, sino perseguir a todo aquel sospechoso
de cultivarlas.
Por otro lado los grupos
más evolucionados son los que asumen el riesgo que todo proyecto supone, los que
confían en la responsabilidad de sus miembros y posibilitan el cambio en favor
del bienestar general.
En este principio de
milenio se comienza a valorar el papel de lo emocional. Parece que las
emociones influyen y condicionan más de lo que se pensaba. Las empresas
empiezan a demandar un elevado nivel de inteligencia emocional en sus
empleados. La inteligencia ha pasado de ser fría y estática a sensible y dinámica.
Es pues el momento de dar el mismo salto cualitativo en el campo de la
creatividad. Será muy positivo empezar a motivar actitudes creativas en todos
los ámbitos por encima de obsesionarnos en la búsqueda de grandes ideas que
cambien el mundo. Es evidente que tenemos que aprender, reaprender y desaprender
muchas cosas para construir la casa desde los cimientos. Asumir riesgos,
encontrar posibilidades originales en lo cotidiano, cuestionar la realidad,
aprender de los errores, ser flexibles ante el cambio y saber fluir ante los
problemas son algunos rasgos que definen esta actitud creativa que empezará a
ser cada vez más demandada.
Interiorizar estos rasgos
y desarrollarlos parece el camino más apropiado para generar entornos creativos
en los que todo el que lo desee pueda aportar ideas. Es un reto difícil, pero a
la vez sencillo, tomar la decisión de Ser creativos.
Os invito a seguir
estimulando, cultivando y aplicando vuestra capacidad de producir ideas nuevas
y valiosas. Apostando por nuestra evolución creativa propia posiblemente
consigamos mayor progreso y bienestar social.
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