Autor:
Guzmán López
¿Quién no ha sido
comparado alguna vez con Mozart en sus primeras clases de piano; con Picasso cuando
esbozamos nuestros primeros bocetos; o con Spielberg con nuestros primeros
videos caseros? Y cuando digo comparar no me refiero a que mostramos ya un
talento natural comparable a esos genios sino a que parece que por empezar a
recibir unas clases de piano tenemos que llegar a tocar como el gran Richter.
Inevitablemente nos ponen un listón tan alto que rápidamente una amalgama de sentimientos
negativos invaden nuestra mente, consciente e inconscientemente. Algunos de
esos sentimientos son tristeza por no confiar en nosotros mismos, frustración
por ser realistas, y por lo tanto un gran descenso de autoestima.
Y es que la figura del
genio al igual que la del creativo, ha sido objeto de numerosos estereotipos,
mitos y malos entendidos que, desgraciadamente, aún persisten en nuestra
cultura. Se podría decir entonces, que esa figura del genio ha logrado dos
visiones diferentes. Una y sin duda la más conocida, en la que deja el legado
de su magnífica obra, es decir, un puñado de obras maestras, centenares de
trabajos de calidad, algunos trabajos mediocres e incluso alguna chapuza, por
qué no decirlo. Todo eso, por supuesto, con la narración muchas veces exagerada
y con fines comerciales de su biografía. Y es ahí donde enlazamos inevitablemente
con la segunda visión, ya que a causa de este tipo de biografías retocadas y
manipuladas con, supuestamente fines comerciales, se crea el mito, el gran
personaje, en resumen, el genio intocable e Inalcanzable.
En mi opinión, todo lo que
hacemos en la vida deberíamos hacerlo no sólo por el fin mismo, sino también por
los medios, es decir, disfrutando del mismo camino que vamos recorriendo. Esto
es aún más apreciable cuando hablamos de arte, ya que éste nace con la
finalidad de expresar sentimientos, pensamientos, etc… Tanto es así, que el
artista disfruta más elaborando su obra que finalizándola, hasta tal punto que
muchas obras quedan sin terminar ya que su creador, puede que
inconscientemente, no desee acabar con algo que está disfrutando tanto.
El aprender a tocar un
instrumento, a pintar, esculpir o a hacer fotografías, es un proceso
maravilloso en el que no se persigue tanto el fin como el medio. Ese proceso es
innato y muy conocido por todos ya que se trata de algo que hace todo el mundo
desde que nace: el juego.
Jugar, eso es, ni más ni
menos. Cuando un niño está aporreando sus primeras teclas blancas algunas veces también las negras- está
simplemente jugando con ellas, nada más. Son los exámenes, la presión de ser el
mejor de su conservatorio, de su pueblo, del mundo, …- la comparación con los grandes
genios, lo que produce el abandono de la actividad artística o el inminente
desajuste mental.
Podríamos hablar ahí de
los asesinos de la creatividad que operan ya desde la infancia. Seg·n la prestigiosa
psicóloga social Teresa Amabile la vigilancia, la evaluación, las recompensas,
la competencia, el exceso de control, la restricción de las elecciones y la
presión al niño, son algunos de esos asesinos de la creatividad. Por lo visto,
justo aquello que nos gusta a los adultos hacer a los niños con el fin de que
se parezcan mucho al personaje que nosotros admiramos.
Y es que el genio, no su
figura, se caracteriza justamente por no haber tenido, salvo en contadas ocasiones,
todos esos inhibidores de su talento creativo y poder desarrollar con el mismo
juego, toda su actividad creativa. Cuando no han disfrutado de su actividad,
simplemente han hecho otra cosa.
Mi conclusión sería en
pocas palabras, que deberíamos disfrutar de lo que más nos gusta – y menos
de lo no nos gusta, como diría Csikszentmihalyi- restándole importancia a la
meta y sobre todo sin compararse con los grandes genios, sino aprendiendo de
ellos y apreciando su obra.
Guzmán
López es miembro del Área de Formación de la Fundación Neuronilla. Formador
especializado en
creatividad
e innovación, psicología positiva, comunicación, equipos de alto rendimiento,
superdotación y
liderazgo.
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