Autor: José Luis Larrea
Muchas veces buscamos
grandes teorías, complicadas formulaciones para explicar las cosas. La mayor parte
de las veces nos perdemos por los vericuetos de las terminologías modernas para
hacer aparecer como importantes y llenas de contenido aquellas ideas que no
somos capaces de formular de manera sencilla, porque realmente no las
comprendemos. Muchas veces buscamos en el lenguaje ajeno lo que podemos
expresar con los ejemplos que nos acompañan en el día a día, pero que no somos
capaces de ver porque a estos efectos estamos ciegos. Necesitamos ver la vida
con ojos de niño, como diría Juan Mari Arzak, porque para el niño todo es
nuevo, desconocido y una oportunidad para aprender. Necesitamos esos 'ojos de
niño' para innovar, y necesitaremos de los valores y la experiencia para sistematizar
la innovación. Ojos de niño y sistemas de adulto. Ése es el reto de la
innovación entendida como una fuerza movilizadora, como una fuente de
satisfacción y crecimiento personal y social, como una fuente de placer: el
placer de innovar.
Vamos a hablar, pues, de
innovación y lo vamos a hacer buscando cerca, muy cerca, un caso ejemplar.
Cerca en lo físico, cerca
en lo cultural, cerca en los sentimientos y en la vida diaria: la alta cocina
vasca. El movimiento de la nueva cocina vasca se sitúa en el año 1976 a raíz de
la I Mesa Redonda sobre Gastronomía que tiene lugar en Madrid. La presencia de
los dos referencias de la cocina francesa, Paul Bocuse y Raymond Oliver, fue
aprovechada por dos jóvenes cocineros, Juan Mª Arzak y Pedro Subijana, para
desplazarse dos semanas a Lyon y aprender con el cocinero más famoso del mundo,
Paul Bocuse. Juan Mª Arzak se convierte en el líder de un proceso de innovación
en la cocina vasca, acompañado de Subijana y un nutrido grupo de cocineros
guipuzcoanos. Un liderazgo cooperativo que iba a resultar trascendental para la
evolución de la cocina vasca.
Este grupo empieza a
reunirse y a compartir valores para después compartir proyectos de futuro.
Sobre la base de unos valores comunes construyen un mecanismo intenso de
cooperación -sus reuniones periódicas- que les hacen poner en marcha uno de los
motores fundamentales de cualquier innovación.
¿Era tan fácil cooperar en
1976 entre cocineros que 'peleaban' por los mismos comensales? Años y años de
cooperación entre competidores. Años duros -con crisis económicas de primer
orden- en los que el cliente autóctono -no había otro- tenía que ajustar sus
'visitas gastronómicas' en número y calidad a los presupuestos relativamente
exiguos. Y, sin embargo, fueron capaces de cooperar. Cooperar entre los próximos
es mucho más difícil que cooperar con los lejanos, porque estos últimos no
compiten directamente con nosotros.
Ese motor de cooperación
les hizo ser tremendamente intensos en la apertura al exterior (proyecto
abierto) y les permitió crecer en la aplicación de la tecnología a su quehacer
diario, así como desarrollar un verdadero modelo de gestión del conocimiento,
en donde la información, la formación y la comunicación generaran un espacio
oxigenado que con el valor de la cooperación permitió hacer escuela, formar y propiciar
el nacimiento de la alta cocina vasca. Todo esto se hace además con liderazgo y
apoyado en valores, paso a paso, sin prisa pero sin pausa, con la velocidad
adecuada. Treinta años después la nómina de primeros espadas mundiales se
amplía y se suman los Arbelaitz, los Berasategui, los Aduriz
Tenemos un sistema de
innovación capaz de configurar una alta cocina vasca a nivel mundial, abierta a
su entorno inmediato y al universal. Capaz de progresar compitiendo,
demostrando que se está entre los mejores. Un buen ejemplo, en realidad un gran
ejemplo, en el que se refleja con naturalidad el modelo de innovación
competitiva que nos permite modelizar para aplicar a cualquier realidad
económica y social las claves del 'milagro' de la alta cocina vasca. Un modelo
de innovación competitiva que sirve para competir de manera sostenida en el
tiempo y que se apoya en los valores, unos valores necesarios para compartir el
proyecto. Unos valores que transcienden de las reglas que ahogan la innovación
por exceso de burocracia. Unos valores que permiten afrontar el riesgo de
aprender y equivocarse, ese riesgo tan necesario para innovar con los ojos de
niño.
Sobre esos valores se
mueven los procesos de innovación con la conjunción de las tres fuerzas: la tecnología,
el conocimiento y la cooperación. Tres fuerzas que se ponen en acción dando
juego a la creatividad, abriendo el campo de la creación de la mano de la tecnología,
el conocimiento y la cooperación y sistematizando todo ese proceso para hacerlo
repetible, y cada vez más veloz en el tiempo.
Porque el reto está
también en hacer todo ello antes que los demás, consiguiendo una buena
velocidad de innovación. La creatividad es fundamental, pero la creatividad por
la creatividad sin sistematización (modelos, herramientas, sistemas) no tiene
futuro; son como los fuegos artificiales, bonitos pero efímeros. Y la
innovación se consolida como sistema y hace crecer y ser más competitivos con
consistencia, permitiendo desarrollar un proyecto sostenible en el tiempo. El
modelo de innovación competitiva se completa con la existencia de un liderazgo
cooperativo, capaz de sumar e integrar a todos en un proyecto abierto y compartido.
Existen pocas dudas acerca
de que una de las claves que mejor explican el éxito empresarial se encuentra en
la apuesta por la innovación. El ejemplo de la cocina vasca no es nada lejano,
es muy próximo.
Necesitamos que ese
ejemplo cunda y para eso es fundamental el reconocimiento. Un reconocimiento profundo
a todos estos cocineros que día a día nos enseñan que la innovación es posible,
rentable y da satisfacciones. Nos enseñan que merece la pena, que al final es
un placer, el placer de innovar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario