Autor: Ricardo López Pérez
Este texto constituye un
primer aporte a la Serie Cuadernos de Trabajo, de la Escuela de Ciencias de la Educación
de la Universidad Central. Su contenido se aboca al análisis de la creatividad,
apoyando así uno de los talleres del PROGRAMA DE DIPLOMA EN DOCENCIA
UNIVERSITARIA, cuyo propósito principal es contribuir a la formación de un
docente que desarrolle destrezas y habilidades para optimizar su gestión académica.
Presentación
La creatividad ocupa un
lugar central en una discusión que hoy preocupa a personas tan distintas como educadores,
políticos o empresarios. Con seguridad se trata de una discusión difícil: la
creatividad aparece de hecho vinculada con todos los aspectos de la sociedad y
la cultura.
El propósito de este
ensayo es bosquejar un marco suficiente de análisis y reflexión, que permita
construir un concepto de creatividad apropiado para servir de referencia en
esta discusión de creciente complejidad.
El acento está puesto
simultáneamente en los aspectos específicos y distintivos del fenómeno de la creatividad,
tanto como en el amplio entorno al que pertenece.
Se incluyen una serie de
elementos con vistas a definir los desarrollos conceptuales de la creatividad,
y un tratamiento a propósito de los métodos creativos, apuntando a lo que
llamamos desarrollos operacionales de la creatividad.
Finalmente, se proponen un
conjunto de ideas orientadas a explicar la relevancia actual del tema de la creatividad,
y a proyectar su evolución futura.
Historia
Remota de la Creatividad
En el mundo antiguo no
existió el concepto de creatividad en forma explícita. Los griegos no tuvieron ningún
término que corresponda con relativa exactitud a los de crear y creador, y hay
quienes afirman que tampoco tuvieron necesidad de ellos. Los artistas, que
siglos más tarde serán la única y auténtica expresión de la creatividad, se
limitaban a imitar las cosas ya existentes en la naturaleza. El concepto griego
de artista y de arte presuponía una rigurosa sujeción a determinadas leyes y
normas, (TATARKIEWICZ, 1987).
El concepto para
comprender estos procesos fue el de mimesis, y aún cuando no se trató de un
concepto unívoco, bajo su influencia la concepción dominante implicaba que el
artista no crea sus obras sino que imita la realidad. Complementariamente, el
predominio de esta «teoría mimética», hacía necesario buscar y descubrir los
cánones que sirvieran de guía a la producción artística.
El énfasis estaba en
descubrir y no en crear. En ningún caso se trataba de la visión personal del
artista, sino de las leyes eternas de la belleza que se encuentran presentes en
la naturaleza. Más aún, el propio ARISTÓTELES afirma en su Poética que un
artista debería borrar las huellas personales reflejadas en su obra.
Parece claro, por
consecuencia, que la originalidad no fue un objetivo del artista griego. En
cierto modo imperaba el tradicionalismo, y toda innovación se consideraba un
atentado, (TATARKIEWICZ, 1987).
Recordemos que el gran
PLATÓN observaba con desconfianza a los poetas, precisamente porque los consideraba
responsables de transfigurar las cosas y producir ficciones y engaños, que
atentaban contra una educación justa y virtuosa. Desde el comienzo el poeta fue
siempre distinto al resto de los artistas. De hecho, la palabra poeta viene de
poiesis que puede traducirse como fabricar o inventar, lo que los ubicaba distantes
de la pura imitación y atribuía a su quehacer un sello más personal. En el
Estado ideal que diseña PLATÓN en La República, se establecen prohibiciones
precisas sobre muchas obras poéticas, y severas restricciones a la actividad de
los poetas.
En estos términos, el
concepto de creatividad no pudo surgir en el mundo griego. Desde una
perspectiva actual, sin embargo, parece justo reconocer que el artista griego
si bien concebía su propia producción como una imitación de la naturaleza, era
quien tenía la capacidad para reproducirla en toda su belleza. Por tanto, la
obra de arte no puede ser vista como la vulgar imitación de lo existente,
puesto que el artista ha impreso en ella su sello al lograr una manifestación
de la naturaleza en su máximo esplendor. Con todo, lo decisivo reside en que el
propio artista no se percibe a sí mismo como un creador, sino como una suerte de instrumento de expresión de
los dioses, porque es esta concepción la que orienta su búsqueda y determina la
naturaleza y límites de su producción.
Algo semejante puede
agregarse en relación a la filosofía. Si tomamos como referencia la metáfora implicada
en el célebre Mito de la Caverna, sólo se convierte en filósofo quien es capaz
de desprenderse de las cadenas que lo condenan a vivir entre sombras, para
ascender hasta la región inteligible en cuyos confines se encuentra la idea del
Bien, causa de todas las cosas rectas y bellas, y origen de la verdad y la inteligencia
que conducen a la sabiduría.
Nuevamente aquí se
descubre algo pre-existente, que en ningún caso ha tenido su génesis únicamente
en la reflexión y en el esfuerzo de los hombres. La creatividad está ausente
como autoconcepción de los procesos de producción intelectual. Podría afirmarse
que el mundo griego se negó a si mismo, la posibilidad de crear, aún cuando a
nosotros, con otra mirada, nos parezca que todo su legado está traspasado de
creatividad.
La lengua griega no contó
con un término que esté próximo al de creatividad. En latín, en cambio,
existían los términos creatio y creare. Encontramos entre los romanos un uso
habitual de ellos, pero en un sentido muy distante al que poseen contemporáneamente.
Por ejemplo, creator era sinónimo de padre y creator urbis del fundador de una
ciudad. También sirve de ejemplo la expresión doctorern creo, tal como se encuentra
en el texto latino de una tesis doctoral.
El sentido más profundo de
los términos creatio y creare apareció realmente en el período cristiano, cuando
comenzaron a designar el gran acto de la creación de todo lo existente: el acto
que Dios protagoniza creando a partir de la nada. Este acto fundamental es el
que se designa con la expresión creatio ex nihilo.
La consecuencia más clara
de esta concepción, sin duda de sensible valor para el pensamiento religioso, consistió
en privar completamente al hombre de la posibilidad de crear.
Desde luego, nadie que no
fuese Dios podría hacer algo partiendo de la nada. Esto determinó que durante muchos
siglos la creación fuera por excelencia un acto divino, y por consecuencia no
accesible a los seres humanos.
No sin dificultades el
concepto creatividad continua su evolución acercándose a su sentido actual.
Tímidamente hacia el siglo
XVII y con mayor claridad en el siglo XVIII, el concepto de creatividad
comienza a aparecer ligado a las reflexiones sobre el arte. Desprendiéndose
gradualmente de su vinculación más estricta con el pensamiento religioso, es la
poesía la que nuevamente vincula al hombre con la posibilidad de crear. Sólo a
título de ejemplo, VOLTAIRE afirma en una carta a HELVECIO de 1740, que «el verdadero
poeta es creativo». La creatividad declara residencia en el mundo de lo humano,
inicialmente fuertemente vinculada con el concepto de imaginación. Entramos en
el siglo XIX y el término creador se nítidamente a los asuntos humanos.
Desde el punto de vista
conceptual, el hecho fundamental lo constituye la renuncia a pensar que toda creación
debe surgir de la nada. Eliminada esta condición los seres humanos también
pueden ser creadores, pero esta vez a partir de los elementos existentes. Los
términos creador y creatividad se incorporan inicialmente al lenguaje del arte
y prácticamente se convierten en su propiedad exclusiva.
Durante mucho tiempo
creador fue sinónimo de artista, (TATARKIEWICZ, 1987).
Desarrollos
Conceptuales y Operacionales acerca de la Creatividad II
Llegamos al siglo XX y
aparece por fin el concepto de creatividad con toda su fuerza y extensión. Se abandona
la creencia que otorga el patrimonio de la creación a los artistas, y se asume
una perspectiva que permite hablar de creación y creatividad en todas las
personas, y con respecto a cualquier actividad y a todos los campos de la
cultura.
El especialista WLADYSLAW
TATARKIEWICZ propone dividir esta historia en cuatro fases:
1. Durante mil años, el
concepto de creatividad no existió en filosofía, ni en teología, ni en el arte
europeo.
Los griegos no tuvieron
tal término en absoluto; los romanos sí, pero nunca lo aplicaron a ninguno de
estos tres campos.
2. Durante los siguientes
mil años, el término se utilizó, pero exclusivamente en teología: creator era
un sinónimo de Dios. La palabra siguió empleándose en este sentido únicamente,
hasta una época tan tardía como la Ilustración.
3. Es en el siglo XIX
cuando el término creator se incorporó al lenguaje del arte; creador se
convirtió en sinónimo de artista. Se forman nuevas expresiones, que
anteriormente se había considerado superfluas, como el adjetivo creativo y el
sustantivo creatividad.
4. En el siglo XX la
expresión creator empezó a aplicarse a toda la cultura humana; se comenzó a
hablar de la creatividad en las ciencias, de políticos creativos, de creadores
de una nueva tecnología, etc., (1987, pág- 286).
En síntesis, tenemos una
singular historia que nos lleva por pasajes sinuosos desde un extremo a otro.
Primero la creatividad es
ajena a la experiencia humana, y en su versión más radical nadie puede ser creativo
dado que tal posibilidad sólo está reservada a Dios. Finalmente, en el otro
extremo, todas las personas son creativas, aunque de diferentes maneras y en
diferentes grados.
Una segunda mirada, sin
embargo, en esta breve historia remota de la creatividad, nos otorga nuevos elementos.
Tras la apariencia, más allá de la superficie, la creatividad no estuvo ajena a
la reflexión en la antigüedad, sólo que envuelta en otros ropajes.
En efecto, una antigua
tradición filosófica identificó al ingenium como una importante facultad del
espíritu humano. El modo como se comprendió al ingenio, según se podrá observar
más adelante, no difiere sustancialmente del significado actual de la
creatividad. CICERÓN (106 a.C. - 43 d.C.), por ejemplo, atribuía al ingenio la
capacidad «de apartar el espíritu de los sentidos y de liberar al pensamiento
de lo acostumbrado», (BARCELÓ, 1992, pág. 111).
Del mismo modo,
GIAMBATTISTA VICO (1668 - 1744), algunos siglos después, dará una definición
del ingenio que perfectamente podría utilizarse hoy para creatividad: «La
facultad de reunir cosas separadas y diversas», agregando que corresponde al
ingenio la capacidad de «percibir, entre cosas sumamente distantes y diversas,
alguna relación similar en la que se vinculan», (BARCELÓ, 1992, pág. 112).
Así, el concepto de
ingenio, desaparecido de la terminología filosófica hacia el siglo XVII, parece
contener una aproximación al fenómeno de la creatividad que es justo rescatar y
reconocer. Más aún, si la misma tradición que popularizó este concepto,
interpretó que efectuar la metaphora era una función específica del ingenio.
Sabemos en la actualidad
que la metáfora es uno de los recursos más importante del pensamiento creativo.
Metaphorá significa traslado, de manera que metáfora debe entenderse como
llevar una cosa de un ámbito a otro. Esto es, transferir el nombre de una cosa
al ámbito propio de otra cosa, logrando que la significación contenida en ese
nombre se desplace a otro sector diferente de lo real.
Moderando un tanto la
interpretación ya expresada, no es aventurado sugerir ahora que una reflexión incipiente
sobre creatividad estuvo presente en la antigüedad, pero implícita bajo la
forma conceptual de la metáfora y el ingenio.
Historia
Reciente de la Creatividad
Ya en el siglo XX, un
momento clave para la historia del concepto de creatividad se produce en 1950
con el discurso pronunciado por J.P. GUILFORD ante la Asociación Americana de
Psicología., (1980). En esta intervención se establece con gran énfasis que la
creatividad ha sido un tema descuidado por los investigadores, no obstante que
su importancia se encuentra fuera de duda. GUILFORD es escuchado por la
comunidad académica y científica, y a partir de ese momento se produce un
sensible interés por el estudio de la creatividad, hecho que se expresa de
inmediato en un aumento de las publicaciones especializadas, (GUILFORD, 1980;
MARÍN, 1984; SIKORA, 1979).
Este discurso, que incluye
además un planteamiento de carácter teórico, bajo la forma de hipótesis relativas
a los factores que intervienen en el pensamiento creativo, se ha convertido en
un verdadero hito en la biografía de la creatividad. En general la literatura
especializada le asigna un valor destacado en la evolución de la temática,
particularmente en relación a la psicología y la educación.
Menos común ha sido el
reconocimiento de los desarrollos y logros anteriores a 1950. Hay hechos significativos
que son previos a esa fecha, no sólo en relación a los alcances prácticos
originados en la industria norteamericana y su permanente demanda de innovación,
situación que el propio GUILFORD destaca, sino en el plano teórico.
ROBERT CRAWFORD, profesor
de la Universidad de Nebraska, por ejemplo, inicia en 1931 el primer curso
sobre creatividad que concluirá luego en la técnica Listado de Atributos. ALEX
OSBORN comienza a dar forma a su célebre Brainstorming en 1938, como parte de
su trabajo en una agencia de publicidad de Nueva York. Finalmente, recordemos
que WILLIAM GORDON para llegar al método de la Sinéctica ha trabajado desde
1944.
Todos estos autores publican
en fechas posteriores al año 50, pero no podemos dejar de reconocer los antecedentes
de esas ideas por su valor pionero tanto en una dimensión teórica como
operacional, (CRAWFORD, 1954; OSBORN, 1953; GORDON, 1961).
Desarrollos
Conceptuales y Operacionales acerca de la Creatividad
La discusión centrada en
las etapas del proceso creativo, que aún apasiona a los especialistas, también permite
descubrir algunos antecedentes lejanos con un gran valor pionero. El psicólogo
JOHN DEWEY fue el primero en ofrecer un análisis riguroso de los actos del
pensamiento, distinguiendo cinco niveles diferentes: 1. Encuentro con una
dificultad; 2. Localización y precisión de la misma; 3. Planteamiento de una
posible solución; 4.Desarrollo lógico del planteamiento propuesto; 5.
Ulteriores observaciones y procedimientos experimentales.
Esto ocurrió en 1910, y
sólo tres años después el matemático HENRI POINCARÉ propone representar el proceso
de la invención de manera muy semejante, pero a través de cuatro etapas
sucesivas:
Preparación, Incubación,
Iluminación y Verificación. Luego, en 1926, GRAHAM WALLAS recoge esta última
conceptualización para caracterizar el proceso creativo en forma global,
generando con ello un marco de referencia casi obligado para abordar esta
problemática, (SIKORA, 1979; ULMANN, 1972).
El especialista FRANK
BARRON, por su parte, ha planteado con un cierto sentido de reivindicación que
su propio trabajo sobre creatividad ha comenzado con independencia de GUILFORD,
dos años antes de su célebre discurso y desde un punto de vista muy diferente.
En particular, BARRON se ha interesado en el proceso creativo en psicoterapia,
visto como un encuentro de personas que ponen en marcha un proceso interpersonal,
(BARRON, 1976).
Desde otra perspectiva
también es interesante tener en cuenta los estudios de ANN ROE sobre
creatividad científica. Estos trabajos, que contemplan entrevistas y encuestas
a científicos de diversas disciplinas, fueron publicados en 1952, pero se
encontraban en marcha varios años antes, (BARRON, 1976).
Otros aportes, bastante
menos conocidos, se producen en Europa, pero esta vez con raíces en la
filosofía.
Se cita con frecuencia El
Acto de Creación, libro escrito en 1964 por ARTHUR KOESTLER, en donde se propone
una explicación de la creatividad sustentada en la tesis que afirma la
existencia de un esquema fundamental o pauta común a la base de todas las
actividades creativas: el descubrimiento científico, la originalidad artística
y la inspiración cómica. Pero no se menciona que KOESTLER había planteado ya en
1949, en el libro Insight and Outlook, la primera versión de su teoría
unificada de la creatividad, incluido el concepto de pensamiento bísociativo,
que luego retomará en otros textos, (KOESTLER, 1981; 1982). Antecedentes más,
antecedentes menos, datos olvidados, pequeñas historias ocultas, esfuerzos pioneros...
en fin, lo concreto es que sin discusión hacia la mitad del siglo la
creatividad se ha convertido en un concepto de singular magnetismo. Todo parece
indicar que GUILFORD, en un momento crucial, representa la expresión más lúcida
de un movimiento intelectual que ya daba pasos firmes. Con una credibilidad
fuera de toda duda, este autor da el impulso decisivo a un proyecto que ya se
prefiguraba.
Decenas de universidades y
centros de estudio en varios continentes, centenares de investigadores y un número
de publicaciones a estas alturas casi imposible de precisar, son un contundente
testimonio de la valoración actual de la creatividad. Sin dejar de mencionar la
aparición de especialistas con evidente reconocimiento social, y la realización
de congresos, encuentros académicos y seminarios desde las más diversas
perspectivas disciplinarias; lo mismo que la demanda creciente por creatividad
aplicada, métodos y técnicas para la solución de problemas, y talleres de
entrenamiento creativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario