El triste caso de Don Casi


Don Casi era un hombre casi normal con una vida casi normal si no fuera porque casi nunca estaba conforme con lo que tenía y a todos decía que él se merecía mucho más de lo que le había tocado vivir: una rutina tras otra entre trabajo y casa, entre casa y trabajo, con apenas tiempo para distraer su angustia de querer ser más de lo que era... O sea, una vida casi normal.


Una mañana, girando en su día a día, en su tediosa rutina, llegó al trabajo y lo llamaron para que acudiera al despacho del jefe quien, según comentaban, había preparado una reunión con él para ascenderlo a una posición más ventajosa en la empresa. Camino del despacho, a pesar de esos comentarios, Don Casi seguía pensando en voz alta que la vida no le trataba como se merecía y que el ascenso, a buen seguro, sería insuficiente para llegar a valorarlo como él se merecía.

A pocos metros del despacho, se detuvo, tomó aire y, al mismo tiempo que reinició la marcha, pensaba que podría pedirle una posición aún superior acompañado de un incremento notable de las condiciones económicas. No en vano, llevaba más de 20 años en la empresa.

Entró sin llamar, seguro de sí mismo y con voz firme, soltó un intencionado “Aquí estoy,jefe”. Éste, sin inmutarse, siguió hablando por teléfono ante la atenta mirada de Don Casi y, pasados unos segundos, le dedicó un gesto levantando la ceja e indicándole el sillón para que tomara asiento. Apenas dos minutos eternos que despertaron cierto desagrado por hacerle esperar.

Tras un breve saludo, apenas sin mediar palabra, su jefe comenzó a relatar sobre la marcha de la empresa y su labor en ella, de su crecimiento y, especialmente, de los años que llevaba en ella. Don Casi, desabrochó el botón de su chaqueta, notaba cómo su gran momento se acercaba y, esbozando una cierta sonrisa, quiso añadir su comentario y dijo: “Lleva usted razón. Le agradezco que valore como es debido los años en la empresa”.

La conversación no duró mucho más, pues apenas dos frases después, se oyó un tremendo:

“Don Casi, está usted despedido. Y ahora, pase por el departamento de personal y firme los papeles que ya están preparados. Allí le darán más detalles y, ahora, si me disculpa...”. Y volvió a tomar el teléfono.

Don Casi así lo hizo y, ya camino de casa, paró en un bar a tomar algo. Bebía sólo y, habiendo vaciado las dos primeras copas, quiso entablar una conversación con el camarero (c) :

+  Qué vida más triste, amigo.
c - Bueno, la vida hay que tomarla como viene.

No sabía cómo soltar que le habían despedido (a él, que llevaba tantos luchando por la empresa). Volvió a pedir una tercera copa y, mientras la servía, aprovechó y dijo:

+  La vida es una mierda. Hoy, después de más de 20 años me han echado de mi empresa. Esa empresa me debe mucho a mí y es lo que es gracias a las horas que personas como yo les han regalado.
c - Vaya por Dios… Lo lamento. No se preocupe, verá como pronto le vendrá un golpe de suerte que le cambiará la vida.

Fue nombrar la palabra "suerte" y se le fue la mirada a los décimos de lotería que estaban cogidos con una pinza al cristal de la vitrina. Uno terminaba en siete y el otro en cero. Le pidió uno del cero, apuró su copa y pagó la cuenta. Ni siquiera se despidió.

Cuando llegó a su casa, no había nadie. Su mujer había salido y sus hijas estaban en la universidad. Aprovechó para ponerse cómodo, se sirvió algo y se puso a picar mientras veía la televisión. Cuando llegó su mujer, se sorprendió verle tan temprano, aunque él se justificó diciendo que su jefe le había dado unos días libres porque estaba muy satisfecho con su trabajo.

En realidad, pensaba que “casi” decía la verdad, porque seguramente volverían a llamarle y no dejaría de ser más que un simple descanso o mini vacaciones. Pasados dos días, aún sin decirle nada a ninguna persona de su entorno, salió a dar un paseo y entró en un bar, tomó el periódico, se sentó en un taburete y pidió un café.

Algo leyó que le cambió la cara… Cuál sería su sorpresa cuando pudo leer entre titulares que el primer premio de la lotería había tocado en un barrio de su pueblo. Se levantó de un brinco, dejó unas monedas para el café y corrió hacia aquél bar donde tomó las copas que, casualidades de la vida, estaba en ese barrio. A medida que se iba  acercando, podía ver un grupo de personas y, entre ellas, cámara en mano, un reportero fotográfico de un conocido medio de comunicación. Con décimo en mano, gritó “¿Cuánto, cuánto ha tocado?” y se unió al grupo.

La triste historia de Don Casi seguía siendo igual de triste: había tocado el número acabado en siete y no el que él compró que lo hacía en cero. Al día siguiente, como de costumbre, paró en el bar, tomó el periódico y pidió un café. Algo leyó que le cambió la cara… ¡Otra vez!. En esta ocasión, había salido en la foto alzando la mano con el décimo. En la barra, había una persona que le reconoció y le felicitó. Era el camarero del otro bar, el mismo que le vendió el décimo aquél, ¿recuerdas?.
Entonces éste le dijo:

c - Se lo dije, la vida da muchas vueltas y estaba seguro que le vendría un golpe de suerte. Se lo dije. Me alegro mucho por usted.
+   Ahm, vale. Gracias, pero “casi” me tocó... Llevaba el cero y no el siete.

Y con las mismas, se giró, dejó unas monedas en la barra y se marchó.

Y ahora, ya en el mundo real, me gustaría decirte algo sobre esta triste historia de un triste hombre que siempre se quedó en el “casi” porque nunca supo hacer como tú,  valorar y aprovechar las oportunidades que surgen, todo aquéllo que la vida ofrece sin avisar. Ese es el triste caso de Don Casi, ese que casi nunca era feliz con su vida, el que casi consigue creer ser el mejor en su trabajo y casi llega a ascender, el mismo al que casi le tocó la lotería.

Por eso, si alguna vez no te van bien las cosas y sientes que no te valoran, si ves como el mundo se hace cada vez más pequeño hasta el punto de creer que no queda espacio para ti, si oyes en tu interior como tu destino te pide que pongas la otra mejilla… No caigas en los mismos errores de Don Casi: sé humilde, más generoso aún y, sobre todo, más agradecido que él. Sólo así te librarás de esa cara triste que todos escondemos y que sólo sale a la luz si realmente queremos. Llénate de actitud positiva.

Ah, y no olvides que hoy el futuro se escribe incierto pero, también hoy, decides que que deseas hacer mañana. Acompáñate de tu mejor yo y sé constante en tus propósitos hasta descubrir lo mejor de ti...

Líbrate de Don Casi

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